El Deporte Formativo:Un Espejo de las Desigualdades y Oportunidades
José Luis Gutiérrez Montero
“Peruano, estudiante de la maestría de gestión deportiva de la UPV, padre de 3 hijos, uno de ellos futbolista de alto rendimiento en Perú. Al llegar a Valencia y empezar las clases me llamó la atención la gran diferencia en estructura, organización y desarrollo del deporte base en todas sus dimensiones, esto me llevó a desarrollar el presente artículo.”
El deporte formativo, más allá de los entrenamientos y la competencia, es un reflejo profundo del contexto social en el que se desarrolla. Al comparar las realidades de Lima (Perú) y Valencia (España), las diferencias van mucho más allá de las tácticas o instalaciones; son un testimonio de cómo las condiciones de vida determinan el acceso y desarrollo del talento.
En Lima, Perú, el camino del joven deportista está marcado por una lucha constante contra variables sociales adversas. La alta prevalencia de anemia y malnutrición infantil (que supera el 40% en algunos distritos) compromete desde el inicio el desarrollo físico, cognitivo y la energía disponible para la práctica deportiva. Esta situación se agrava en entornos de violencia doméstica y comunitaria, que afectan la salud mental, la autoestima y la regularidad en la asistencia a entrenamientos. La falta de medios de transporte seguro y accesible limita la movilidad, especialmente para niños y adolescentes de sectores periféricos, haciendo que un simple traslado al polideportivo municipal sea un desafío logístico y económico.
Además, existe una notable falta de reglamentación y estandarización a nivel nacional. No hay una política pública deportiva unificada y robusta que garantice calidad mínima, formación de entrenadores, seguridad en los recintos o protocolos contra el abuso. El sistema depende en gran medida de la autogestión, el voluntarismo y la inversión familiar. El fútbol absorbe la mayoría de los recursos y la atención, mientras otros deportes luchan por subsistir. El talento peruano es enorme, pero brota y crece a pesar del sistema, no gracias a él. Su fortaleza es la resiliencia pura, el ingenio y una pasión que sortea obstáculos diarios.
En contraste, el deporte formativo en Valencia, España, se erige sobre pilares sociales y estructurales sólidos. La infraestructura educativa y deportiva está muy bien organizada y es universalmente accesible, con una red densa de instalaciones municipales, clubes de barrio y programas escolares obligatorios. La alimentación adecuada, respaldada por bajos índices de pobreza y sistemas de apoyo social, permite un desarrollo físico óptimo desde la primera infancia. El contexto de seguridad y estabilidad familiar facilita la adherencia a rutinas deportivas.
Crucialmente, existe un marco normativo claro y profesionalizado. Las federaciones, clubes y escuelas operan bajo regulaciones que velan por la formación pedagógica del entrenador, la seguridad de los menores, la licencia médica y la progresión por etapas formativas. Esto no elimina la competencia, pero la encauza dentro de un proyecto educativo. El polideporte es una realidad, permitiendo una exploración más amplia del potencial.
En conclusión, mientras en Valencia el sistema se propone cultivar y potenciar el talento en un terreno fértil, en Lima el desafío es mucho más básico: identificar y proteger ese talento en un terreno pedregoso, donde primero hay que resolver carencias fundamentales de salud, seguridad y acceso. El deportista peruano potencial debe superar barreras que su par valenciano ni siquiera visualiza. Esta comparación no busca desalentar, sino evidenciar que el verdadero “entrenamiento” de muchos jóvenes en Lima comienza mucho antes de pisar una cancha: es un entrenamiento en supervivencia y perseverancia. Invertir en deporte formativo en contextos como el peruano significa, necesariamente, invertir en mejorar esas condiciones de base. Sólo así la pasión y el talento podrán desplegarse en toda su plenitud.
